Apolo y Dafne, El beso (los enamorados) de Gustav Klimt y la violencia de género.

El lugar de las mujeres en la mitología griega es conocido y a lo largo de la historia ha sido recurrente su representación artística. El mito de Apolo y Dafne es susceptible de diversas interpretaciones. Apolo era el violador de los bosques de Tesalia, al menos en la versión de la fábula recogida por Ovidio en Las metamorfosis (año 8 d. c.), que es la de Tesalia. Se echaba la culpa de todo siempre a Eros que con sus flechas provocó un deseo salvaje a Apolo y un rechazo absoluto en Dafne que, como mujer griega de la mitología, era la víctima. Dafne prefiere la metamorfosis en laurel -una muerte ritual- antes que ser violada por Apolo. El dios del Sol -la lira que lleva el Apolo de John William Waterhouse (1908) es un engañoso ardid del dios de la música- convierte la flagrante derrota en su intento de poseer a Dafne en una victoria simbólica al ponerse una corona de laurel en la cabeza (laurel heroico). Los dioses griegos son así. Quevedo reprodujo una visión abominable, bestial y machista de la fábula en «Dafne, huyendo de Apolo». Pero la historia literaria del mito no termina en Ovidio.

Petrarca le da un giro renacentista a la historia, en lo que se ha llamado «fusión mítica de Petrarca en Apolo». Petrarca se siente respecto de su amada Laura (laurel) tan decepcionado como Apolo respecto de Dafne y se transmuta poéticamente en Apolo. En la canción XXIII del Cancionero figura que entre Eros y Laura lo convierten en un laurel -le plantan una semilla en el corazón-, de manera que Petrarca/Apolo se metamorfosea también en laurel para estar con su amada (laurel poético). Hay una humanización del dios griego. El Apolo ovidiano es un dios y no llora, el Apolo de Petrarca, que es un trasunto del poeta, sí. Se dice que Petrarca también era un misógino porque culpaba sistemáticamente a Laura de su desdicha. Es un calificativo que no me extraña teniendo en cuenta que Petrarca hizo votos eclesiásticos menores -la religión, ya se sabe- y estamos, aproximadamente, en el año 1350.

La descripción que hace Ovidio de la transformación de Dafne y el abrazo y beso que, en el último momento, da Apolo a la ninfa, que lo rechaza, –oscula dat lignum, refugit tamen oscula lignum– (el beso de Apolo a Dafne es exclusivo de la versión de Ovidio) lo recoge en la literatura el petrarquista Garcilaso de la Vega (1498-1536) en su famoso soneto XIII y en la égloga III que termina con un Apolo lloroso «besando y abrazando aquel madero». Este beso de Apolo a Dafne, sin antecedentes significativos en la historia del arte, fue retratado por Gustav Klimt en El beso (los enamorados) (1908) de una forma velada y sutil, en la que los caracteres de los personajes de la fábula son disimulados y refleja, con ese llamado «abismo cósmico» que los envuelve, la versión de Arcadia, en la que Dafne pide ayuda a su madre Gea, la tierra, para que la acoja como laurel. Sin embargo, un análisis iconográfico desvela su significado convencional, siguiendo casi la literalidad de las palabras de Ovidio y también, por qué no, de la poesía de Garcilaso de la Vega (hagan el ejercicio de leer el soneto XIII junto a la imagen de la obra de Klimt).

Der Kuss. Öl auf Leinwand. 1907/08. Österreichische Galerie Belvedere, Wien, Österreich. The kiss. Oil on Canvas. 1907/08.

Pero, evidentemente, Klimt no se queda en Ovidio. El primer título de El beso, cuando se presentó en la Exposición de Viena de 1908, era Liebespaar -los enamorados- y Dafne no estaba enamorada de Apolo sino que huía de él. Klimt, que también era un poeta pictórico, da una vuelta de tuerca a la historia, basada en Petrarca, a mí entender, y convierte a los personajes en enamorados que se funden en una metamorfosis consumada –Die erfüllung– tal como se refleja en el friso del comedor del Palacio Stoclet, que es una obra de Klimt -llamada también los enamorados– complementaria de El beso. Klimt recitaba a Petrarca y lo pintó en las escaleras del Museo de Historia del Arte de Viena mirando a Laura, junto a Dante (en forma de busto) y Boccaccio (tenía ocho años cuando murió Dante), los tres grandes nombres de la literatura renacentista italiana.

Petrarca con el Cancionero mira a Laura- con aura-, que lo ignora. Eros ni siquiera le enseña el arco a Laura, se queja Petrarca. El niño es Boccaccio, amigo de Petrarca, que tenía ocho años cuando murió Dante -su busto en la parte superior derecha- y escribió un tratado en su honor. Boccaccio lleva el escudo dorado del poeta.

Todos eran machistas y misóginos, de acuerdo con su época, pero Petrarca no es Ovidio, Garcilaso no es Quevedo y Klimt es Klimt.

BIBLIOGRAFÍA:

Leo C. CURRAN, “Rape and Rape Victims in the Metamorphoses”, Arethusa, vol. 11, 1978, 1-2, pp. 213-241.

Yael EVEN, “Daphne (withouth Apollo) Reconsidered: Some Disregarded Images of Sexual Pursuit in Italian Renaissance and Baroque”, Studies in Iconography, vol. 18, 1997, pp. 143-159.

Fernando WULFF ALONSO, “Mitología griega, género y misoginia”, en: Teresa SAURET GUERRERO y Amparo AVILÉS FAZ, (Ed.), Luchas de género en la historia a través de la imagen, Tomo I, Málaga: Diputación provincial, 2001, pp. 253-279.

7 comentarios sobre “Apolo y Dafne, El beso (los enamorados) de Gustav Klimt y la violencia de género.

  1. Muchas gracias por el interesante comentario sobre este icono de la Historia del arte. Sin embargo, hecho de menos una reflexión sobre la incapacidad de nuestra época de asimilar culturalmente, interpretar y transmitir esa mitología que incluye la violencia como parte fundamental de la misma.
    Parece ser que algún asteroide tuvo que ver con la desaparición de los dinosaurios. ¿Estamos en peligro de extinción moral a causa de algún asteroide moral, ético o estético que ha caído entre nosotros ? O ¿Ha sido nuestra mentalidad colectiva alimentada por esa mitología la causa de una historia de la humanidad plagada de errores y horrores?

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